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Literatura: El bar del japonés que no tenía nombre

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Bar MesaUna muerte, un amor – como siempre -, nostalgia y un bar son los senderos por donde camina el nuevo diálogo de Don Acuña y el Pibe. Esta vez con el Parque de Lomas como escenario. Otro relato de Pablo Pallás para DiarioConurbano.com.

Don Acuña cita al pibe en la puerta del Parque de Lomas, para caminar por adentro, dar unas vueltas y hablar de algo en especial, de un recuerdo en particular le dijo.

El pibe llega, lo saluda y le avisa que trajo el mate.

-Vamos a aprovechar estos últimos días de vacaciones para conversar un rato -le dijo Acuña,  y se adentraron por los caminitos del parque.

-¿Sabés quién murió pibe, hace un tiempito? –pregunta Don Acuña.

-¿Quién Don Acuña? -pregunta el pibe.

-El japonés, dicen que tenía noventa y nueve años. –dice con solemnidad Don Acuña.

-¿Qué Japonés Don Acuña? –pregunta El Pibe.

Indignado Acuña le escupe: – ¿Cómo qué japonés? -¿Vos conocés muchos?

El Pibe aclara: -En Burzaco hay una comunidad grande de japoneses, y en cada barrio del conurbano hay una tintorería que es de un japonés o de hijos de japoneses.

-Pibe, dice con comprensión Don Acuña, -¿Conociste el bar que estaba en la esquina de 25 de mayo y Meeks en Temperley?

 El pibe asiente con la cabeza.

-¿Y cómo le decían a ese bar? no me digas los distintos nombres que tuvo, decíme cómo le decían. Le exige Don Acuña.

-El japonés, contesta el pibe.

-Bueno, dice Don Acuña, -ese japonés murió.

-Usted dice el Bar, -acota el pibe.

-No pibe,  -arranca Don Acuña, se detiene, piensa un instante y sigue: -Bueno No y Si de alguna manera. Escuchame bien, ese bar que yo frecuente en los setenta, ícono de los ochenta y vos frecuentaste en los noventa, ese bar era el Japonés, porque lo atendía un japonés, que resultó ser el dueño en el tiempo en que yo iba. Nosotros nos juntábamos allí para desayunar, después de una noche de fiesta o antes de ir al colegio, o bien cuando nos rateábamos. Había un japonés que con infinita dedicación no se ocupaba de las tradicionales tintorerías sino que se las rebuscaba como los gallegos en la Capital, para hacer un bar digno de los transeúntes de Temperley.

Un lugar especial, lleno de humo y olor a café, pizza a la noche y vino barato. Café en jarrito o café con leche y medialunas a la mañana. Reuniones de amigos, charlas íntimas, citas con chicas o chicos, política de bar y de la otra también,  dejar pasar el tiempo por la ventana, confesiones inverosímiles, fundación de proyectos soñados, resolución de conflictos, todo eso, todo a la vista del japonés. Te cuento, que me enteré de buena fuente de su muerte, mira sino le voy a tener cariño, era uno más de nosotros.

-Bueno, dice el pibe, -cuando nosotros íbamos, siempre nos preguntábamos por qué le decían el Japonés al lugar, puesto que no había ninguno. SÍ, estaba el mozo, que era testigo de todo lo que Usted dice y que hacíamos nosotros, que era el querido Antonio, sé que se jubiló antes de que lo cerraran o cambiaran los dueños. Antonio y el muchacho del mostrador llegaban a pasarnos las llamadas telefónicas para nosotros cuando estábamos ahí, porque todos los amigos, sabían que podíamos estar en el Japonés, no había celulares ni tablets ni guasap, nada de eso, ¡che!, nos gritaban ¿está Mara?, que era a quién más llamaban, y Mara iba corriendo al mostrador para avisar que estábamos ahí y que se vinieran.

-Acuña agrega: -Viste pibe, un lugar poderoso, un ambiente único de verdadero bodegón, faltaba la música, en los noventa le habían puesto un televisor para ver los partidos de fútbol. Se extraña pibe, el Japonés que pasó de ser una persona a ser un lugar de encuentro. Se extraña el Japonés.

-Sabe Acuña, -Dice el pibe, -una mina con la que fui allí un par de veces, me dijo que era un lugar decadente.

-Acuña enojado: -decadente pibe, decadente, mira no me jodas, supongo que a la piba no la ves más.

-No don Acuña, -dice el pibe,- esa chica no era para mi.

Por Pablo Pallás.

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