Don Acuña y el Pibe, como en el resto del año, reflexivos, buscan una Navidad soñada. Pero ese sentimiento profundo, religioso, de nacimiento de algo nuevo, no parece llevarse muy bien con la realidad que ellos ven. Un relato de Pablo Pallás para DiarioConurbano.com.
“Estoy en la vereda del sol/
que ya va a nacer/
nacer, dar media vuelta al cordón/
para no volver/
mirar toda la fiesta de afuera/
buscando la emoción verdadera”.
(García/Lebón)
Caminando en pleno diciembre por la vereda del sol de la calle Boedo, llegando hasta una cuadra antes de la estación y doblar a la izquierda y ahora por la vereda de la sombra de los árboles que van apareciendo en Parque Miñaqui y llega hasta Banfield, cruza por Larroque y dobla a la izquierda otra vez y Maipú y derechito por la vereda del sol otra vez, Don Acuña, piensa, reflexiona, apunta, señala, dice en voz alta –a veces- y sigue pensando como lo extraña al Pibe que se fue a pasar las fiestas a la costa y él no haría una cosa así, pero también piensa Don Acuña, que él es Acuña, desde 1983 es Acuña y que no sabe el nombre del pibe, por formación de militante, por los años clandestinos, nunca le preguntó el nombre al pibe, pero está contento de poder decir que es Acuña, cuando en aquella época en que sonaba En la vereda del sol él tenía otro nombre, otros nombres. Ahora podía gritar que era Acuña y desde hace un tiempo por un vecino, Don, Don Acuña y carajo, que imbécil el vecino que le encajo el título honorífico, sólo porque tiene unos años más que él.
El pibe por formación de época le dice Don, piensa, reflexiona, dice en voz alta Don Acuña: Pibe:¿ te tenés que ir para las fiestas? Pero lo dice al aire, a una señora que pasa con su carrito de compras, y lo mira asustada. Viejo loco, Acuña sos un viejo loco, piensa, dice, ando por la vereda del sol porque soy un sobreviviente y ¿Cuánto tiempo puedo sobrevivir?
Acuña de repente escucha hossana y agudiza el oído y una larga oración y un canto antiguo y hossana de vuelta, se siente a gusto, se da cuenta que está sentado en un banco de la Iglesia, que está fresco, que entró casi por inercia, había querido ir a la Catedral de Lomas a recordar momentos con amigos, canciones, misas y despedidas, porque no era un lugar para él, pero está en Maipú, está en la Sagrada Familia y ¿por qué se metió ahí? Están en medio de la misa, en uno de los momentos litúrgicos y arranca el coro con hossana y él cree que corre atrás del tiempo, pero es hoy, por qué entró allí, porque se viene la navidad pensó y no sé, nostalgia de pibe, al cuarto hossana que escucha, hace una reverencia y se va otra vez a caminar.
Recuerda la pretensión de escribir una historia de navidad, una buena historia, para esta fecha, recuerda que otros lo hicieron ya y recuerda al tipo que vio tirado en la calle hace media hora, un tipo que era asistido por dos policías locales y una ambulancia del municipio, se alegró que estuvieran ocupándose de él, pero después se entristeció porque vio una frazada tirada en otra esquina y supone que ahora hay muchos más tipos de su edad que duermen en la calle, que no sabe cómo ocuparse, que él no puede ocuparse de todos, que deberían hacer algo, que cada vez va a ser peor… pero vuelve a la imagen del tipo que lo estaban por subir a la ambulancia municipal y un sabor agridulce siente al tragar saliva y se acuerda de los que dormían en la puerta de la Universidad y tantos años, y los que están al borde de las vías en el centro y no quiere pensar del otro lado del arroyo del Rey. Lo único que se le ocurre reflexionar en ese momento es: Perdimos siempre… pero él se creyó el “vivo para no perder” y en la vereda del sol que ya va a nacer, un nuevo sol, un nuevo amanecer y todos los músicos que hicieron historias y que las cantaron como luces en el camino, como los que escribieron las buenas historias de navidad y sino que navidad podemos festejar.
Cuando comenzó su militancia con los curas del tercer mundo, antes de llegar otros movimientos y ser un clandestino, uno de sus amigos del PC le dijo: -Te envidio, che, ustedes, por lo menos tienen la esperanza- Eso lo marcó para siempre.
Ahora ve escrito en una pared “Navidad sin presos políticos” su memoria se dispara inmediatamente a una foto en la que está Agustín Tosco en un balcón y en el mismo un cartel que rezaba: “Navidad sin presos políticos”. Acuña, que en esos días no era Acuña y menos Don Acuña, estaba mirando desde abajo, al lado del que tomó la foto.
Navidad sin pobres en la calle, navidad sin presos políticos. Navidad en la vereda del sol que está naciendo… Sería un optimista, piensa Acuña, esa forma disimulada de engañarnos. Acuña sigue en esa línea y recuerda una vieja discusión: -soy el más pesimista de los optimistas- y piensa que no estaría mal, quizás, dejarse llevar un ratito por las utopías y por los deseos, lo que llamamos buenos deseos y cuando venga el Pibe de la costa, le voy a dar un abrazo y lo voy a llamar por su nombre, se lo voy a preguntar, lo voy a llamar por el nombre y le voy a contar de los viejos amores que quedaron en otras navidades, ya lejanas sin rencores, quizás sea una forma de volver a resistir, como siempre, del lado de la trinchera, del lado de los que menos tienen, de los que no son para el sistema, los del margen, de aquellos de la vereda del sol.
Por Pablo Pallás.