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Opinión: Beto Carasatorre, un tipo generoso

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Pensar en Beto Carasatorre es sintetizar lo mucho que me tocó vivir en paralelo mientras crecía mi profesión periodística y su carrera política. Un hombre que conservó, en base a lealtad y militancia, la presidencia del Concejo Deliberante de Lomas de Zamora durante un lapso del cual no hay antecedentes en la historia. Estuvo al frente del cuerpo desde 2003, cuando llegó de la mano de su entonces jefe, Jorge Rossi, y luego continuó con Martín Insaurralde.

Sólo tuvo dos breves interrupciones: una de tres meses, por un acuerdo macro que aceptó sin chistar, y después cuando su conductor de entonces asumió un breve período como diputado nacional. En cualquiera de los casos, Beto siempre estuvo atento, dispuesto para aceptar lo que la conducción determinara.

Pero no me interesa evocar a Beto por sus condiciones en la política. Prefiero recordarlo por las hermosas discusiones e intercambios que supimos tener, tanto en el aire de algunas de las radios en la que me tocó estar como en su despacho. Alguna vez también en su casa de la calle Zuviría, a donde generosamente me invitó para dialogar sobre un tema que nos diferenciaba. Tomamos unos mates y todo siguió como si nada: yo con mis críticas, él con su defensa.

A Beto le importaba mucho lo que pensara su alrededor. Incluso le molestaba mucho más lo que podía decir un cronista de la realidad local que un medio nacional. “Ellos tocan de oído y operados”, decía. Me acuerdo que lo último de lo que hablamos al respecto fue cuando, a finales de 2018, Infobae publicó una nota sobre una respuesta del juez Claudio Bonadío a un pronunciamiento del Concejo Deliberante. Lo que me dijo en aquella ocasión me lo guardo: lo pinta de cuerpo entero. Pero una frase sí me animo a contar: “soy un soldado”. (La nota en cuestión: https://bit.ly/3dad1B3)

Beto era capaz de llamar a cualquier hora del día para preguntar una opinión sobre un tema, o contestar un mensaje que no había podido responder al momento. Seguí lo cerca más que pude su internación, su operación, sus intentos de recuperación. El 10 de marzo fue la última vez que intercambié palabras con él. “Y, estoy mejor pero internado hasta el sábado haciendo estudios”. Cruzamos alguno que otro más pero ya no me contestó.

Conocí a Beto siendo pibe. Yo jugaba en el Gimnasia y Esgrima de Lomas y él era entrenador del Club Libertador. Un año de los seis que jugué en el FADI, mi categoría, la ’76, llegó a la final contra esa institución, ubicada en Armesti al fondo, unas cuadras antes de Eva Perón, la ex Caaguazú. En la ida nos bailaron: me tocó atajar y perdimos 3 a 1. La vuelta la ganamos de casualidad, porque ellos fueron mejores. El 4 a 3 fue una alegría tan grande como injusta. Pero el tercer partido, jugado en la cancha de 11 de Agosto, puso las cosas en su lugar: Libertador ganó 7 a 2 y fue campeón. En los tres juegos, entró a la cancha y nos felicitó uno a uno y nos alentó para seguir adelante.

Discutimos, nos enojamos, hemos tenido mil charlas de política y de periodismo. Supimos ser dos tipos que se respetaron mutuamente: lo sé porque me lo dijo a mí a y a terceros. Es una de las personas que más estimo de la política en Lomas de Zamora, y créanme que me sobran los dedos de una mano para enumerar al resto. Me duele mucho su partida. Porque quienes hacemos la comunicación no somos de lata: somos seres humanos que tenemos sentimientos, que percibimos, y también podemos apreciar a nuestros interlocutores.

Hasta siempre, maestro. Te juro que te voy a extrañar.

 

(*) Norman Díaz es un destacado periodista, fue conductor de programas en distintas radios de la región y es vecino de Lomas de Zamora


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