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Opinión: San Cayetano une y da vuelta el relato del odio

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Por Ivana Rezano (*). Era el subsuelo de la Patria sublevado que salió de cada barrio, de cada espacio productivo, de cada merendero, de cada comedor. Después de un año y cinco meses de pandemia donde pasaron tantos dolores, sufrimientos y, sobre todo, tanta soledad obligatoria por no poder juntarse, encontrarse, marchar.
Luego de 4 años de neoliberalismo macrista donde las y los trabajadores y trabajadoras de la Economía Popular fueron maltratados, ajustados, reprimidos, perseguidos en sus lugares de trabajo, entre otras injusticias, la llegada del Gobierno de Alberto y Cristina Fernández suponía una esperanza al menos de ser escuchados. Como todos sabemos, a poco de asumir, la pandemia irrumpió y el escenario social y político cambió por completo. No es justo decir que en tiempos de pandemia, algunas medidas fueron reparadoras para el sector más vulnerado de la sociedad, para los más pobres entre los pobres, para quienes “crearon su propio trabajo” como los y las nombró el Papa Francisco, pero también hay que decir que la crisis se agudizó por esta situación sanitaria extraordinaria que puso en evidencia las enormes desigualdades sociales que tiene nuestro país por décadas de atraso o crecimiento lento e inequitativo.
La movilización del 7 de Agosto desde la Iglesia de San Cayetano hasta Plaza de Mayo tuvo miles de interpretaciones pero sola una es válida: la que dieron sus organizadores/as en el propio escenario y con un Documento que luego difundieron. Allí se sentencia: “De eso se trata esta movilización: poner la economía al servicio del pueblo empezando por los últimos que somos nosotros y nosotras. Quien busque motivaciones partidarias detrás de esta movilización se equivoca. Más allá de la participación política de algunos de nuestros y nuestras dirigentes, compañeros y compañeras, opción absolutamente legítima y encomiable, ya que la buena política es una de las “más altas formas del amor”, debemos aclarar por enésima vez que la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (UTEP) como tal, es una organización gremial independiente de los partidos políticos y el gobierno, que agrupa a los trabajadores y las trabajadoras de la economía popular para lograr las reivindicaciones de tierra, techo y trabajo. Por eso, la UTEP se mantiene firme y en unidad.”

El sentimiento reinante en la movilización era de una especie de desahogo con olor a revancha. La pandemia se llevó a muchos/as de los/as nuestros/as, mientras que gran parte de la dirigencia política y mediática lejos de contribuir a la concordia social mete el dedo en la llaga de la desigualdad y la estigmatización que roza el fascismo, exponiendo a cientos de miles de trabajadores/as humildes  que día a día sobreviven con lo poco que tienen.
Norma Morales, Secretaria Adjunta de la UTEP y referenta nacional de Barrios de Pie contó en su discurso que al principio de la pandemia todo era miedo, dudas, no había protocolos, “quedarse en casa” no era una opción porque en casas de chapa, sin agua, sin conectividad, los cuidados no alcanzaban y por eso surgió el cuidado comunitario, “el barrio que cuida al barrio”. Norma lo puso en palabras: “El miedo no nos paralizó.”
La movilización del sábado fue una reivindicación entonces frente a la estigmatización, frente a la discriminación amplificada por medios masivos que gastan horas y páginas en señalar a “vagos”, “planeros” o “viven de tus impuestos”. El pueblo humilde, sin odios, dio vuelta el relato con su caminata ruidosa, a veces cansada, llena de vida. Claro que los agoreros del odio seguirán repartiendo infundios, mentiras y fracturas sociales, pero los/as más de 300.000 que caminaron ayer pusieron en agenda una vez más que los pueblos no odian, construyen.  Con el nivel de crisis social reinante, la situación podría ser caótica, pero lejos de eso, las organizaciones populares contienen, ordenan, organizan, suman, en definitiva: salvan vidas.
La foto que ilustra esta nota es con un grupo de mujeres que conocí allá por el 99/2000 en el Barrio la Loma de Lomas de Zamora, las más jóvenes tenían por entonces 8 o 9 años, estaban en la primaria, hoy tienen hasta 7 hijos/as, alguna dos o cuatro. María, la señora de la izquierda de la foto, había sido atacada por su pareja de entonces provocándole rotura de su cráneo, se salvó de milagro. Las organizaciones populares estaban y están ahí, en esos mismos barrios, más de 20 años después, mirando de frente a esas mujeres que se empoderaron y que, como también sentenció el Papa argentino: “no esperan, luchan, se organizan y trabajan” como el conjunto de los/as humildes organizados en la UTEP.
(*) Licenciada en Periodismo. Militantante de la UTEP.


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